Gorilas en Trova

Mucho más que historia, Elena Garro

Mucho más que historia, Elena Garro

Marzo 19, 2021 / Por Maritza Flores Hernández

¿Se imagina perder sus metacarpos o su fémur porque una niña se lo ha llevado para jugar y no quiere devolverlo? Elena Garro agregó, a estas pequeñas aventuras, otras de larga duración en una obra de teatro de un solo acto.

En Un hogar sólido, drama escrito por Elena Garro, la niña Catita, de cinco años de edad, con su vestido blanco, antiguo, se lleva los huesos de Clemente para divertirse con ellos.

De la misma manera, y con idéntico propósito, toma la clavícula de su sobrina Gertrudis (40 años), esposa de Clemente (60 años), quien es hija de su hermana Jesusita.

En esta ocasión, los mencionados muestran un interés desusado en sus huesos.

El apuro se debe a que recibirán visitas y, como gente bien educada, están obligados a dar la mejor imagen.

Además, acogerán a un nuevo huésped, a quien no han visto en todo el tiempo que llevan muertos.

Porque ha de saber que durante años esta familia, igual que muchas otras, se mantiene unida, aun despues de la muerte, compartiendo la misma tumba.

Desde luego, esto le pondrá sobreaviso respecto a la conveniencia de contar con una cripta más o menos amplia, ya que el hacinamiento provoca algunos descontentos, al punto de que Jesusita, conocida como “mamá Jesusita”, insinúa que sería mejor optar por la incineración; la dama actúa con mucha modernidad, ¿no lo cree?

Catita escucha las pisadas y golpes sobre el techo, que viene siendo la losa de la tumba. Entonces se pregunta, ¿se presentará doña Difteria, que es quien la llevó a ese lugar, o se tratará de San Miguel Arcángel?

Mientras tanto, se suceden remebranzas y reproches mutuos.

Mamá Jesusita (80 años) se queja de no poder levantarse de la litera empotrada en el muro, porque se les ocurrió enterrarla con camisón y cofía, lo que la hace impresentable.

Se inquieta ante la cercanía de su primo Vicente (23 años), quien le recuerda la ocasión en que bailaron y, por mera casualidad, la boca de él rozaba el cuello de ella. Ante esta confidencia, le ordena dejar esas tonterías. ¿Qué diría su marido, Ramón (que Dios tenga en su santa gloria), enterrado en Dolores?

Catita recrimina el abandono en que la dejaron, cuando la lanzaron a esa bóveda. Agrega que a pesar de que llegó Vicente, éste no jugaba con ella y tampoco charlaba con Eva porque es extranjera. Ante lo cual, Vicente, con su uniforme militar juarista, asegura que Catita es tan traviesa que, en aquella época, ya extrañaba a los franceses. Expone que Eva no conversaba con nadie, ni con él. Y Eva, cuñada de Clemente, vestida con traje de viaje de 1920, se excusa sosteniendo que se sentía cohibida.

Por su parte, Mamá Jesusita aclara a Catita que, cuando ambas eran niñas, jugaban. Lloró mucho su deceso; más tarde, se mudaron a la ciudad de México; posteriormente vino la Revolución; por eso no pudieron regresar a saludarla.

En esta obra, publicada en 1958, la dinastía de Mamá Jesusita y Ramón queda encadenada al proceso histórico de México: las guerras de la época de Juárez, incluyendo la librada contra los franceses (1862); la Revolución Mexicana (1910-1930); hasta llegar a la actualidad.

Aunque no se trata de una crónica, indudablemente, gracias al vestuario y a los eventos narrados, se comprende cómo las personas comunes participan, sin querer, en la vida cotidiana de una nación, y cómo sobreviven a todo esto.

Lo que sirve para asimilar que el ser humano es mucho más que la historia.

A esta complejidad, Garro suma los datos propios de una ofrenda, que dan cohensión a los planos habitados por los personajes. Veamos:

 

Al abrirse el techo de la cripta, todos ven un círculo de luz, por el que desciende Lidia, a quien llamán Lilí.

Lidia (32 años) es prima de Muni, un joven de 28 años, de piel color azul y cabellos rubios, vestido de pijama, hijo de Eva.

Al hacerse las presentaciones, Lidia reconoce a Catita, a Vicente y a Eva.

De la primera, dice haber tenido su retrato sobre el piano, con su vestido blanco. Del tío Vicente rememora su uniforme y una cajita con su medalla, en la sala. Y evoca a la tía Eva, con su sombrilla y su sillón meciéndose aún después de muerta.

Es decir, según la autora, los objetos de los ya fallecidos, se conservan prácticamente en el mismo sitio donde acostumbraban usarlos, como una especie de homenaje a sus vidas; perpetuando sus imágenes para preservar un diálogo con ellos o para emplazar a quienes no se conoció, como la pequeña Catita o el tío Vicente.

Por eso la ofrenda no es trágica, sino que ayuda a mantener viva la memoria, al punto de que Lidia pudo identificar a sus parientes.

Ahora bien, tras tan bonitos saludos y reminiscencias, los personajes quedan sorprendidos, al saber que el encargado de dar sepultura es don Gregorio de la Huerta Ramírez y Puente, quien le habla de “tú” a Lidia, porque está de moda referirse de esta forma a los difuntos.

Encima, es el Presidente de la Asociación de ciegos, de la Banca, de los caballeros de Colón, de la Ceguera, de la Bandera y del Día de la Madre.

En otras palabras, se estila la creación de muchas asociaciones, cuya dirección y utilidad están en manos de un único hombre.

De esta suerte, “Un hogar sólido” muestra la manera en que las antiguas y nuevas generaciones van comunicando los cambios y adaptándose a ellos, sin que la sorpresa los paralice, pues dedican muy poco espacio a cualquier cuestionamiento que pudieran tener. No obstante, hay otros temas que fusionan a todo el linaje:

Muni precisa que en vida quería una ciudad sólida:

 

… Yo quería una ciudad alegre, llena de soles y de lunas. Una ciudad sólida, como la casa que tuvimos de niños, con un sol en cada puerta, una luna para cada ventana y estrellas errantes en los cuartos. ¿Te acuerdas de ellas, Lilí? Tenía un laberinto de risas. Su cocina era cruce de caminos; su jardín, cauce de todos los ríos; y ella toda el nacimiento de los pueblos...

 

Su madre, Eva, afirma:

 

…También yo, Muni, hijo mío, quería un hogar sólido. Una casa que el mar golpeara todas las noches, ¡bum! ¡bum!, y ella se riera con la risa de mi padre llena de peces y de redes…

 

Lidia comparte haber tenido el mismo deseo, al que califica de imposible. Ante lo cual Clemente le responde:

 

…¿Lilí, no estás contenta? Ahora tu casa es el centro del sol, el corazón de cada estrella, la raíz de todas las hierbas, el punto más sólido de cada piedra…

 

Y Muni, la anima:

 

…Sí, Lilí, todavía no lo sabes, pero de pronto no necesitas casa, ni necesitas río. No nadaremos en el Mezcala, seremos el Mezcala…

 

Asimismo todos sus parientes le informan que debe “esperar”, igual que ellos, en tanto no llegue el juicio final. Le explican qué hacen en esa “espera”.

 

Querido lector, si Usted fuera alguno de esos personajes, ¿en qué invertiría su “espera”? Le advierto que la creadora, Garro, haciendo gala de una gran imaginación, propone muchas y variadas opciones (por cierto, le conviene leerlas), sin que quepa lo infructuoso ni lo estéril; por cierto, tenga presente: robar los huesos de los demás no cuenta como algo productivo.

 

Elena Garro, dramaturga, ensayista, cuentista, poeta, traductora y periodista, nacida en Puebla, se atreve con gran maestría a tocar los estratos de la ofrenda mexicana; la vida en la tierra, en el inframundo y en el cielo; creando una amalgama con el linaje y la nación.

Ficción en la que la cotidianidad de cada personaje y del grupo es soportada y superada por las angustias y creencias exteriorizadas; sobre todo por la idea de un principio creador, por la integración del ser al resto del universo y por la certeza de un futuro extraordinario; de modo que los signos exteriores resultan naturales, por ejemplo, que el sillón de Eva continuara meciéndose aún después de su deceso.

O bien, que durante la “espera” sea posible disfrutar de un estado maravilloso, como lo deja entrever, cuando Clemente y Muni comentan a Lidia que ella es el centro del sol, de cada estrella y el Mezcala mismo.

Eso implica el por qué hay cosas que parecen superficiales o triviales, mas no lo son.

Si Usted tuviera que presentarse ante Dios, ¿qué ropas llevaría? o, tal vez, como Mamá Jesusita, ordenaría:

 

…¡Catita! Ven acá y púleme la frente; quiero que brille como la estrella polar. Dichoso el tiempo en que yo corría por la casa como una centella, barriendo, sacudiendo el polvo que caía sobre el piano, en engañosos torrentes de oro, para luego, cuando ya cada cosa relucía como un cometa, romper el hielo de mis cubetas dejadas al sereno, y bañarme con el agua cuajada de estrellas de invierno…

 

En todo caso, valdría la pena rodearse del arte de Elena Garro; es probable que descubra que “su casa es el centro del sol” y que la obras de teatro en un solo acto son intensas y divertidas.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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