Gorilas en Trova

Víctor Baca y su mito, Burócrata Universal

Víctor Baca y su mito, Burócrata Universal

Septiembre 01, 2021 / Por Maritza Flores Hernández

Portada: Víctor Baca. Fotografía de Maritza Flores Hernández

 

Víctor Baca acepta conversar sobre su proceso creativo para construir una novela. Con generosidad, como todos los auténticos poetas y escritores, no tiene secretos para hablar sobre los autores que lo han influido, a los que ha admirado e incluso a los que ha aprendido a mirar desde otro ángulo.

Plantea el reto del “mito de la burocracia”, provocando la reflexión de “hasta qué punto la ficción alcanza a la realidad”. Vea Usted, querido lector:

 

—Víctor Baca, sabemos que eres un destacado poeta, muy interesante, en la línea de la poesía alemana. Sin embargo, ahora nos sorprendes con el Premio Estatal Letras Confinadas, con la novela Tiempos Libres. ¿Cómo es posible que un poeta pasa de crear poesía a escribir novela?

—En mi caso, escribir poesía es muy complicado. Te puedo decir que hay poemas que me han llevado mucho más tiempo del que me llevó esta novela. Pero desde siempre, yo escribía las cosas que pasaban. Trabajé 22 años para el gobierno federal. Pasaban muchas cosas y yo escribía y escribía y esto salió. La novela fue producto de la pandemia. Durante ella, me puse a organizar; de repente, encontré archivos de temas semejantes y apareció éste que era un escrito mucho más extenso. Le quité tres capítulos para ceñirme a las condiciones de la convocatoria, porque era un poco de novela breve, de 120 cuartillas.

Es importante que sepan: a mi original le suprimí tres capítulos. Y al final le quité algo muy interesante que decía: “el pueblo Iztacalco, otoño 2002”. Desde el 2002 no le metí mano; así que para el concurso lo que hice fue quitarle capítulos y mandarla a concursar. Pero sí, lo admito, todos dicen que es una novela

—Alguna vez comentaste que era un divertimento, ¿por qué?

—Recuerdo que, con mi amigo Germán Castro jugábamos a hacer retratos de los maestros que llegaban, y los leíamos cuando se iban los maestros. Eran descripciones hilarantes que, si los maestros las hubieran leído, nos hubieran corrido.

—No haremos spoiler de la novela, no es correcto para el lector. Pero el personaje Cristóbal Sánchez es un servidor publico que, a su vez, habla de otro y de otro y que coincide con su nombre curiosamente. Esto es metaficción, ¿así planeaste el texto?

—No tengo ningún secreto. Cada capítulo de la novela es un homenaje a alguien, pero dejo que mis lectores los vayan adivinando. Esta novela la terminé en el 2002. Es producto de un libro que escribí en 2002. En esa época escribí tres ensayos: Breves intersticios del escritorio. Entonces queríamos iniciar la editorial que fundamos, Cuadrivio. Dijimos que queríamos iniciar con ensayos básicamente y yo traía el asunto de que quería escribir.

Te aclaro, en primer lugar, yo estudio sociología, me empiezan a castrar los grandes enunciados, palabras como Libertad, Democracia, Gobierno, que las escriben con mayúsculas.

Breves intersticios del escritorio, trata de los escritorios porque el tamaño del escritorio determina el tamaño del poder. Se compone de tres ensayos completados con cinco traducciones. Además, en 1998 decían que yo era una especie de l’enfant terrible y mi ego fue más grande que mi lógica y decidí publicar al lado de los tres ensayos, cinco traducciones. Las cuales coinciden, por un lado, con lo que vivía en la oficina y, por otra parte, me di cuenta que muchos escritores escriben sobre lo escabrosos de las oficinas, así que en mi novela van a aparecer Kafka, Musil y Tahar Ben Jelloun, pero también Chejov.

Entonces, en Breves intersticios del escritorio me aventuré a traducir algunos fragmentos de estos autores, donde hablan de los escritorios; por que el escritorio se vuelve una especie de esquema de la forma de gobierno, porque el escritorio y los papeles tienen miles de interpretaciones.

En ese libro escribo lo que se me ocurrió. Tenía la idea de que teníamos que construir mitos. El mío, la democracia a partir de algo muy sencillo: el rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda.

Recuerda: una de las condiciones que puso Arturo para que la mesa fuera redonda era que nadie fuera diferente: la democracia. Es la democracia ironizada

Pero Sir Lancelot, como ya vimos en muchas partes, por el asunto de Excálibur y Guinivere, que llaman Ginebra, deja vacante su lugar y todos quieren ocupar ese lugar.

Tampoco voy a espoilear ese libro, pero era un poco un homenaje cerrado a uno de los autores que a mí me cautivó cuando era yo un muchacho: Étienne de la Boétie, con Discurso de la servidumbre voluntaria.

Fue en ese entonces cuando empiezo a elucubrar el mito de la burocracia, creo que el mito sí me salió porque, al no estar Lancelot, todos quieren ocupar su lugar. En la burocracia eso se llama “vacante”.

Y viene el divertimento: entre ellos se hacen trampa, se meten el pie, dicen chismes. Ése es el espíritu de la burocracia, no les voy a contar más.

Excepto algo muy importante: Hay alguien que está dentro y afuera en medio de la mesa: Merlín, que es un mago pero no es un mago; es el consejero, pero no es cualquier consejero; es el consejero técnico; él dice cómo atacar, qué hacer; es el asesor.

El infaltable asesor en todas las oficinas de gobierno que parece resolver cualquier problema falso o cierto. De esa manera yo cierro la idea del mito de la burocracia.

Para entender que el tamaño del escritorio era determinante, sobretodo los que vivimos la democracia desde que no tenemos oficina, conforme si te la dan o no. Si estás afuera, los escritorios son pequeñitos y todos iguales, hasta que llegas al del gran jefe: es un gran escritorio de otras características.

El poder no siempre estuvo detrás del escritorio. Antes, en la Edad Media, había un rey con espacio libre para que la gente llegara hasta él.

Pero a alguien se le ocurrió poner un escritorio para separar a la autoridad del resto de la gente y decir “no somos iguales”.

Era una teoría muy curiosa es la teoría del bureau (buró). La burocracia es el poder del escritorio, la gente no lo sabe, pero bureau, en francés, es escritorio; kratos es poder. Entonces, es el poder del escritorio; por lo que el tamaño del escritorio determina el poder que tienes dentro de la oficina.

Pero eso es sólo un pretexto. Cuando termino el libro, me doy cuenta que se quedaron muchas cosas fuera, capítulos de aforismos, etc.

En ese entonces, a principios de 2000, me doy cuenta que tengo muchos comentarios sueltos. Los transfiero a Cristóbal Sánchez, quien tiene en la novela un papel de antihéroe.

En 1999 armo mi libro que se llama Entre la plata y el hierro, una serie de ensayos de la literatura eslava de 1890 a 1940. Tengo un ensayo muy simpático que también se va a meter en esta novela, se refiere al héroe de Mijaíl Lérmontov. Él escribió una novela: Un héroe de nuestro tiempo, pero no es un héroe, lo es sólo nominativamente, como Cristóbal tampoco es un héroe.

Cuando leemos esta novela, se piensa en “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville, que es una especie de burócrata. ¿En algún momento lo tuviste en cuenta para tu novela?

—No. Yo conocía la monumental Moby Dick, de Melville. Pero vine a conocer mucho después al personaje de la famosa frase, “preferiría no hacerlo”. Mucho después. Así que mi novela no tiene nada que ver con el Bartleby de Melville.

—¿Crees que las personas que trabajan en la burocracia podrían sentirse aludidos, halagados?

—Algunos me han reclamado, algunos se sintieron aludidos. Sin embargo, estos personajes poblanos no se acuerdan de que yo llegué a Puebla cinco años después de que escribí la novela en la que se han sentido aludidos. Y para mí es maravilloso, porque entonces sí hay un burócrata universal.

—¿Crees que, de alguna manera, este burócrata universal se adapta a lo que exponía Max Weber respecto de la burocracia?

—Max Weber camina en esta novela. Comencé diciéndote que la novela proviene de ensayos teóricos de uno de mis autores predilectos que me encargué de borrar y tú lo has sacado, pero evidentemente Max Weber camina por toda la novela. El de Weber era un libro teórico; mi novela es un divertimento. Me estoy burlando de la teoría: es un chisme de oficina, obscena y hasta erótica por momentos, pero Max Weber desaparece por completo.

En la novela, hay una musa muy importante, llena de bondad y pureza. ¿Realmente existe en la burocracia una musa así?

—Hay una relación muy fuerte. Hay un sueño de una mujer que entra en esos espacios que son de por sí tenebrosos, ¿quién es esa musa? El lector tiene que adivinarla. Pero en términos reales, la musa es la única realidad que tiene la novela.

—¿Crees posible tanta pureza fuera de la ficción?

—La musa (que sí tiene nombre en la novela) es a la única persona a quien yo pudiera ponerle nombre y apellido en la realidad. Pero es el amigo del héroe quien escribe el relato, y le reclama por eso. Si lees el principio de la novela parece, según algunos lectores, un cuento de terror; pero no es de terror, es una historia divertida. Un amigo me dijo: “cómo pudiste escribir esto”.

En la novela aparece Fouché, otro gran personaje.

—Fouché, el de las cinco formas de gobierno. Es un homenaje a Stefan Zweig. Fouché es un prototipo de burócrata. Cristóbal pretende serlo; por eso reta Kafka. Cristóbal sabe que le avergüenza que la gente se entere que le gusta leer, pero al que lee es a Kakfa, el único autor que respeta. No obstante, lo reta, hay que ver el lugar donde eso ocurre.

La novela son tanto ensayos literarios como otros géneros. En términos metodológicos, lo que sí hay es lo o que se llama autoplagio.

La novela no debió haber salido a nombre de Víctor Baca, pero la Secretaría se empeñó. Yo la presenté con un pseudónimo, Aldo Báez, a quien yo le robo la novela. Pueden decir, Víctor Baca es un robo, porque le robé a mi heterónimo Aldo Báez. Al final, él es el hombre que escribe todo, es el hombre culto. Víctor Baca solamente es poeta.

—Esta entrevista pasa por escrito, ¿te gustaría citar para el lector, alguna frase de tu novela?

—Los epígrafes de la novela son de los heterónimos. Por ejemplo, Alan Espinosa, traiciona su soledad, dice “La soledad es el inmenso pretexto que preferimos no descubrir para no darnos cuenta que está enfrente de nosotros”. Los epígrafes que formaban parte de la novela son de Alan, de Aldo Baez, de Alexandro Reyes, ellos son los responsables.Yo al único al que le voy a responder es a Aldo.

Creo que la soledad es una preocupación personal. Aunque la idea es que la gente se divierta.

—En algún momento, el personaje dice: “A ninguna mujer jamás se le debe confiar nada”. ¿El personaje es misógino?

— Hace 20 años que concluí la novela. Es misógina, elitista, sectaria. Esa es la vida real. Mas lo que ocurre ahora es una verdadera vergüenza. A nombre de Víctor Baca me avergüenzo de todo por lo que han dejado de pensar y de luchar; esa es la gran señal de que Tiempos libres pudiera ser menos violenta, para darnos cuenta que, la neta, nos hemos convertido en peores monstruos de los que creen ver en la novela. No he leído a Cristóbal Sánchez; terminé la novela, hace 20 años; le robé el nombre Aldo y estoy avergonzado de todos nosotros, de lo que está pasando. Decía Jorge Cuesta “no esperaba nada de mí y aún así me pude decepcionar de mí”.

No hay realidad, todo es ficción.

No hay espejos. Pero sí soledad.

—¿Por qué la soledad es una preocupación personal?

—La soledad es involuntaria, no la eliges, la vives, es un destino. Porque tú estas sola, yo estoy solo, ella está sola, él está solo, al final todos estamos solos. La gente se acostumbra a la soledad, y hasta decimos, “qué bueno que estoy solo”. A veces, dice, es preferible estar sólo que mal acompañado. Esas son excusas. La mala compañía no existe. Una vez que la hemos perdido, la inventamos, parafraseando a Walter Bejamin, diríamos, los solitarios somos gracias a aquellos que todavía lo son.

—Sabemos que Víctor Vaca estudia, de manera sistemática y metódica, sociología, ciencias políticas, filosofía, literatura, lenguas, etc. ¿Hacen falta 20 años de estudios para escribir una novela como ésta?

—La novela fue escrita hace 20 años, en tres años.  Podría escribir una segunda parte, aclaro, por ningún lado existe lo que se conoce como la “no ficción”. La “no ficción” no existe. Es un invento de William Burroughs, de Paul Auster, John le Carré. Ellos hacen ficción todo el tiempo y dicen que hacen no ficción. Eso se demuestra tanto ahora como antes; de otra forma, que me digan si esta novela es ficción no ficción. Para mí, la “no ficción”, no existe, la novela la escribí hace 20 años, lo dije desde hace 20 años.

—Cuando leemos alguna escena de Los miserables, de Víctor Hugo, se nos escapan las lágrimas, lo sentimos realmente. ¿Qué pasaría si alguien creyera que lo que narras en tu novela, Tiempos libres, no es ficción sino realidad?

—Por eso escribo literatura, no hay más. Si es otra cosa, me declaro incompetente. Me acusan de ser el gran novelista, porque puedo hacer historia. Les pido que igualen la próxima novela de Cristóbal; a lo mejor, están participando en ella; igual te digo: “a ver si apareces ahí, a ver si te encuentras”. Yo ofendo constantemente a todos mis personajes, son dignos de un bestiario de la burocracia.

 

Víctor Baca charla de estas cosas, de la ficción y de la realidad, entre risas y de buen humor. Desde luego, nos deja la reflexión de muchos temas, ¿cómo es el mito de la burocracia?, ¿quiénes son los personajes de la novela?, ¿la bondad y el terror existen?

 

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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