Káos

El último de los locos

El último de los locos

Abril 11, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: fotogramas de la película Le derniere de fous¸2006.

 

La vida sólo posee un sólo sentido, poder jugársela,

y jugarse la vida tiene algo de apuesta.

Jacques Lacan

 

La gran industria del cine nos ha hecho pensar que el llamado séptimo arte sólo sirve como entretenimiento, como una forma socializada de salir por un rato de la realidad y distraernos, preferentemente con historias que no nos comprometan en nuestro estado de espectador pasivo. Sin embargo, el cine es mucho más que eso. Se trata esencialmente de un discurso que, como hijo de la modernidad, nos muestra las fracturas del discurso dominante. El cine contribuye a desbarrancar las narrativas que se nos imponen desde un discurso hegemónico, impulsado y promovido a su vez por el gran negocio que es la industria cinematográfica.

El cine coincide en su nacimiento con el psicoanálisis. Ambos, también, son discursos que operan como síntoma de nuestro tiempo, es decir, como aquello que viene a incomodar al discurso dominante. El cine y el psicoanálisis son disciplinas que nos muestran, de la manera más descarnada, la inconsistencia y lo errabundo de la condición humana.

Quisiera valerme de estos dos discursos, el cine y el psicoanálisis, para abordar un par de temas que incomodan a las buenas conciencias: el suicidio y el homicidio en el ámbito de lo familiar. Partiremos de un film que se presentó en español con el título de El último de los locos.

Con un ambiente sombrío, por más que la historia se ubica en pleno verano, la atmósfera de la película de Laurent Achard, Le Dernier des fous (Francia, 2006), es cruda, sin contemplaciones para con el espectador.

La película nos cuenta el drama de Martin, un niño de diez años que deambula en la finca familiar mostrándonos su derrumbe interior como reflejo del derrumbe familiar que ocurre ante sus ojos. Su familia, en tres generaciones, está conformada por un hermano mayor, Didier, joven homosexual que se ve confrontado con la desgarradura de su ser al enterarse que su novio se casaría, revelación de la que Martin se entera mientras está oculto en el granero donde se entrevistan los amantes. La madre del protagonista se encuentra internada en una habitación de donde nunca sale debido a una enfermedad no especificada pero cercana a la locura. Una abuela dominante que se impone sobre un padre gris, sin autoridad y muy limitado para poder mostrar el más mínimo contacto afectivo con sus hijos. Martin está solo y desolado. Su mundo afectivo está endeblemente sostenido por Malinka, la sirvienta árabe, su gato, y una amiga (Catalina).

Desde muy temprano en su andadura teórica, el psicoanalista francés Jacques Lacan, a partir de los cursos que sigue con Kojeve, formula que “el deseo del sujeto es deseo del deseo del Otro”. El sujeto se constituye como tal en el lugar de Otro, en el discurso que viene del Otro. En el film podemos ver a Martin preguntando sobre su lugar. Se le escucha decir a la asistente doméstica: “¿Malinka, me tendré que casar?”

El psicoanálisis enseña que, en la constitución del sujeto, la madre (el Otro primordial) precede con su deseo a su hijo, antes incluso de que éste haya nacido le da un lugar en su deseo. El hijo ocupará (o no) un lugar en términos del deseo de la madre, es decir, la constitución del sujeto va más allá de lo biológico. Así, el hijo buscará permanecer deseado, amado por el Otro. Amor con lo que se pueda mitigar la pregunta angustiante: ¿qué soy para el Otro, qué me quiere el Otro?, sosteniendo así una ficción de vida.

La suspensión o interrupción de este deseo del Otro que le constituye y sostiene se vive con un incremento de la tensión agresiva que, eventualmente, llevaría al sujeto a lo que se ha dado en llamar “patologías del acto”, acciones autodestructivas, adicciones, estados melancolizantes e incluso hasta la muerte, como se observa en el crimen o el suicidio.

En una escena de la película se nos muestra nuevamente la ausencia de un lugar para Martín en el deseo de la madre: el niño entra subrepticiamente a la habitación donde está su madre enferma y él le llama “mamá”, y lo que obtiene a cambio es un silencio de muerte y una mirada vacía.

Pocos son los momentos en las que se percibe a Martin “conectado” a la vida. Sólo se muestra sonriente con la sirvienta Malinka, quien con sus cantos árabes lo arrulla. También en ocasiones ocurre que se contacta con su hermano, sobre todo a partir de la lectura, y con su amiga Catalina.

Sin embargo, estos últimos sostenes mostrarán pronto sus deficiencias para garantizarle el reconocimiento de sí mismo, es decir, un lugar en el deseo del Otro. Si la vida no encuentra apuntalamiento en el Otro, la muerte, habitante habitual de lo humano, nuestra única certeza, pronto aparece en lo real. En El último de los locos, la referencia directa a la muerte aparece por conducto de su hermano Didier. En una escena se muestra su falta de contención: su gato está ante un hurón moribundo, Martin le pregunta a su hermano qué hacer (nuevamente un reclamo de un lugar en el Otro, la búsqueda de un saber estar en el mundo) y el hermano mayor le dice: “remátalo, usa esto”, dándole una especie de hoz para consumarlo. Martin toma la herramienta y se lleva al animal, pero no lo mata.

Sin embargo, la idea de la muerte, con esa crudeza, con la posibilidad de poder ejecutarla por su propia mano, ya está instalada en su infantil mente. Más tarde, entra en la antigua habitación de su madre y abre uno a uno los cajones de un viejo armario —casi todos vacíos, excepto uno—, se encuentra con una pistola abandonada, la ve, la acaricia y cierra el cajón.

Sus endebles figuras de identificación se le caen de manera dolorosa en sus dos dimensiones fundamentales: una por las vías de la sexualidad y la otra por la muerte. Su hermano, al enterarse de que su amigo-novio se va a casar, entra en un espiral de autodestrucción de la mano del alcohol y la violencia, goce que le desborda. Se va de la casa haciendo evidente en lo real el abandono en que se encuentra Martin. Regresa sólo para quemar sus libros de poesía ante la decepción que le produce un maestro que duda de la originalidad de su obra (a Didier mismo se le caen también sus semblantes: el novio y su poesía). Alcoholizado se encierra en el granero. Al día siguiente Martin lo encontrará muerto: se suicidó. Por otro lado, su amiga Catalina, que le genera un incipiente y confuso amor, con tan sólo tres años mayor que él pero suficientes para encontrarse en pleno “despertar de la primavera”, se va al bosque con amigos más grandes dejando al inocente Martin desolado.

Martin no encuentra respuestas a sus preguntas sobre su lugar en el mundo. Nadie le dice nada para mostrar qué falla. Así, Martin basculará únicamente en dos de las “pasiones del ser” que señala Lacan: el amor y el odio, faltando la ignorancia que lo llevaría al titubeo, al entre-dicho, en fin, a la vida.

Al final de la película podemos apreciar que la pulsión está ligada de manera directa, sin fallas, al Otro, vía la certeza. No hay desesperanza ni desvalorización personal. Incluso puede existir una intensa investidura libidinal hacia un objeto, es decir, establecer vínculos de puro amor al objeto. Sin embargo, el sujeto tiene un claro deseo de morir.

Ante la muerte de su hermano, Martin vuelve a entrar a la habitación de enferma de su madre: la encuentra completamente desnuda, tendida en la cama. Él toma del suelo un vestido blanco, como de novia, la cubre y sale de la habitación. Al día siguiente, toma la pistola que se encuentra bajo el colchón donde la había ocultado.

Por la mañana, su padre por primera vez lo busca a gritos, aparece la abuela y lo empieza a buscar, la madre, ahora sonriente (viva), se asoma a la ventana y al enterarse de que Martin no está, sólo entonces, decide salir de la sombría habitación para buscarlo. Ahora lo buscan, ahora lo llaman, demasiado tarde… Ya en el patio los tres reciben un balazo desde el granero: Martin, convertido en “una tormenta que mata”, les ha disparado. Ahora ya tiene un lugar.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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