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Josef Breuer: la fascinación de los orígenes

Josef Breuer: la fascinación de los orígenes

Enero 18, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Sigmund Freud y Josef Breuer. DPA | Mary Evans Picture Library

 

El psicoanálisis es un discurso inédito. No hay psicoanálisis antes de Sigmund Freud. El psicoanálisis es la invención de un hombre y no ocurre en cualquier momento. Ocurre en una época, finales del siglo XIX, donde se vive una embriaguez de la razón a partir de los infatuados progresos de la ciencia. Un siglo horriblemente largo, como dice Stefan Zweig, donde domina en toda Europa una ruin conjugación del silencio moral. Ahí!, justo ahí, un médico joven se levanta entre sus colegas para proponer que ha llegado el momento de discutir libremente la cuestión sexual. En una solemne sesión académica, con gran naturalidad y calma, plantea que en la etiología de la neurosis se encontraba la represión sexual. Su exposición de lo que debía silenciarse en los espacios del saber provoca el “espanto helado de sus colegas”, como dice Zweig. Aunque no niegan la pertinencia de la teoría, ellos mismos lo platican tras bambalinas. Lo que deja helados a estos sirvientes de la moral victoriana es el atrevimiento del joven médico Freud. Se atrevió a exponer un tema que, conocido, sólo se trataba “en broma”, como un chascarrillo, jamás como algo de interés científico. Lo asombroso es que, en el marco de un riguroso positivismo, uno de ellos reconoce lo limitado del saber científico para acceder a lo profundo de la subjetividad y de la condición humana.

Y lo hace por la vía de lo que el saber científico de su tiempo, y el nuestro, desecha: la sexualidad y dimensión inconsciente de los sueños.

Su enorme valentía intelectual le lleva a ir en contra de lo que sus “superiores” colegas le recomendaban: mantenerse al margen de las investigaciones sobre temas sexuales. Debía dedicarse a las investigaciones “serias”.

En los difíciles orígenes de la invención del psicoanálisis, y en su vida profesional y familiar, Sigmund Freud tuvo un generoso cómplice, un aliado y admirador. Se trata de un médico ya prestigiado, tanto en lo académico como en lo social: Josef Breuer, un médico culto y burgués nacido el 15 de enero de 1842. Freud lo conoce en el Instituto de Fisiología y de inmediato traban amistad, se descubren con una orientación intelectual semejante: los une la literatura, se seducen con su mutuo interés por Goethe. Ernes Jones nos dice, en su Vida y obra de Sigmund Freud: “Se convirtió, decía Freud, en mi amigo y sostén en circunstancias difíciles. Nos habituamos a compartir nuestros intereses científicos”. Breuer se convirtió en su mecenas: innumerables veces lo ayudó económicamente; y también lo introduce en el mundo burgués de la época, además le estimula el espíritu de la ilustración. Es Breuer quien impulsa al joven médico Freud para que vaya a París y se introduzca al hipnotismo con el “César” del hospital de la Salpêtrière.

Después de muchas peripecias, en septiembre de 1885, Freud obtiene un puesto de docente en patología del sistema nervioso al lado del venerado doctor Meynert. Un mes después, viaja a París a trabajar y aprender con el carismático hipnotizador y estudioso de la histeria masculina, Jean-Martin Charcot. Pero mientras que Viena era la catedral de la razón y el progreso, París era el palacio de la prostitución. Se decía que Freud se fue a contagiar de sexo a París. A su retorno a la Viena del fin de siglo, con el entusiasmo de también pronto poder casarse con su amada Martha, se presenta ante la Sociedad Médica y presenta su trabajo sobre “Histeria masculina”. Es recibido por los doctos con indiferencia y escepticismo. Aunque ya instalado como médico de enfermedades de los nervios, la situación económica es precaria y el apoyo de las sociedades académicas, nulo. Creyendo aún que la hipnosis es el camino para obtener mayores resultados clínicos, viaja a Nancy para perfeccionar la técnica bajo la tutela Bernheim. Viaja con el apoyo económico y moral, el ánimo es distinto, cuenta con el apoyo del ya connotado médico vienes Josef Breuer.

En la enorme fascinación que produce recrearse en los orígenes del psicoanálisis, no podemos dejar de mencionar al Dr. Josef Bruer y la historia de Anna O, una hermosa e inteligente joven vienesa a quien el doctor Breur empieza a tratar en 1880. Su nombre real es Bertha Pappenheim. Se trata de una joven de 21 años perteneciente a una familia judía ortodoxa, que presenta un rosario de severos síntomas histéricos. Parálisis de tres extremidades, perturbaciones del habla y de la vista, dificultades para comer y un largo etcétera. Lo que resulta más llamativo es que en ella coexisten dos estados de consciencia. “Uno de ellos era enteramente normal, siendo el otro de una pequeña criatura, mala y fastidiosa”, dice Ernest Jones. Se dice que Anna le narraba a Breuer sus terribles alucinaciones, y con ello se sentía aliviada. La magia ocurría: cuando le narraba al médico hasta los más mínimos detalles de sus síntomas, para asombro de Breuer, los síntomas desaparecían. Encantada ella misma con el procedimiento se entrega a la narración sin censura de sus síntomas y denomina a este proceder “cura de conversación” o “limpieza de chimenea”. Fascinado con el nuevo método, Breuer dedicaba todos los días varias horas de atención a su joven paciente histérica. El método se fue sistematizando y él lo bautizó como Método catártico. No sobra reconocer la valía y utilidad del método, incluso su uso se extiende hasta nuestros días y resulta ser, por diversas rutas y técnicas, un recurso habitual de las terapéuticas psicológicas.

Pero la miel de esta historia, con tintes novelescos, aún está por aparecer. Se dice que tal era la dedicación que Breuer dedicaba a su paciente que su esposa mostró su hartazgo de que él no hablara de otra cosa que de Anna, se sintió celosa, desdichada y mal humorada. Ante tal situación, Breuer, en una mezcla de amor y culpa, decide poner fin al tratamiento, así se lo comunica a su famosa paciente. Anna se muestra conforme ya que se siente muy aliviada de sus síntomas. Pero las cosas no se detienen ahí, algo muy poderoso se juega entre el médico y la paciente. Por la tarde de ese mismo día, llaman al médico y le dicen que Anna se ha puesto muy mal y lo reclama a su lado. Él acude y la encuentra en un estado de intensa excitación, más enferma que nunca. Se revela la naturaleza de aquello[1] muy potente que ocurre entre la paciente y el médico. Ella, que hasta entonces se mostraba asexuada, manifiesta ahora estar sintiendo dolores de un falso parto (pseudociesis), un embarazo imaginario concebido en la relación con Josef Breuer. Como puede, utilizando todas sus herramientas hipnóticas, logra calmarla y, agitado y bañado en frío sudor, abandona presuroso la casa. Después de esta escena, dice Jones: “Al día siguiente partió con su mujer rumbo a Venecia, donde pasaron una segunda luna de miel, cuya consecuencia fe el nacimiento de una hija”.

Josef Breuer fue un consuelo en los inicios aciagos de Freud, un apoyo en el hostil mundo académico, fue también un interlocutor con el que intercambia experiencias con los diversos métodos terapéuticos de la época: electroterapia, baños terapéuticos, aromas y minerales, y, sobretodo, el método catártico. Aunque Freud se inclinará más tarde por la hipnosis, lo que lo llevará a estudiar con Bernheim en Nancy. Con Josef Breuer, Freud publica Estudios sobre la histeria en 1895. Ahí exponían la historia de ocho pacientes histéricas que bien podrían considerarse como las heroínas en el origen de la invención del psicoanálisis. Las histéricas, pacientes que eran excluida de la atención médica por ser consideradas “fingidoras de enfermedad”, eran por fin escuchadas. Amantes de la literatura que eran ambos, los casos narrados en sus estudios se alejan de la forma fría y técnica que tienen los informes médicos y, por el contrario, hacían uso de sus talentos literarios para exponer las profundidades de la vida íntima, las angustias y los deseos silenciados ahora eran escuchados y leídos. La publicación era todo un acontecimiento, revelaba la negada vida sexual de la burguesía vienesa, la misma a la que ellos pertenecían. Anna O, Bertha Pappenheim, por ejemplo, era amiga de Martha, esposa de Freud.

La separación entre estos dos amigos se fue fraguando de a poco. Primero se manifestaron diferencias teóricas en la concepción de las neurosis, más tarde, y más decisiva fue la influencia de Whilhem Fliess en Freud. Breuer muere en 1925 y Freud lamentaría su propia actitud y la separación de su viejo protector, más lo lamenta cuando se entera de que Breuer nunca dejó de interesarse en los trabajos del inventor del psicoanálisis. Élisabeth Roudinesco, en Freud en su tiempo y en el nuestro, nos cuenta que ya con 74 años, Freud le escribe al hijo de Breuer: “lo que usted dijo sobre la relación de su padre con mis trabajos más tardíos era una novedad para mí y actuó como un bálsamo sobre una herida dolorosa que nunca se había cerrado”.

 

 

[1] Amor de transferencia le llamará más tarde Freud a aquello que ocurre entre el psicoanalista y el psicoanalizante o paciente, y será el núcleo teórico del trabajo clínico en psicoanálisis.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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