Las sexualidades en las travesías significantes del Edipo

Portada: “Pubertad”, Edvard Munch, (1895) detalle.

 

“el hombre, una mujer, no son más que significantes”

Jacques Lacan, seminario 20, Aún

 

La sexualidad humana en el psicoanálisis, según lo planteado por Sigmund Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, acontece en dos tiempos, y entre ellos se presenta un periodo de latencia, lo que lo va a diferenciar de todas las demás especies y lo va a alejar del circuito de la evolución biológica.

El primer tiempo, también llamado de la sexualidad infantil, es un momento por lo general olvidado. Es un periodo lógico que está marcado por las elecciones de objeto hasta llegar al complejo de Edipo y sucumbir a la represión. Se trata de un periodo con carácter autoerótico por lo que el chupeteo y las prácticas masturbatorias serán muestras de la exteriorización de esta sexualidad infantil, misma que se espera alcance el estatus de la primacía genital y ésta sea sofocada por la represión y dar paso así al periodo de latencia. Durante este primer momento fundante, el cachorro humano enfrenta sin mayor defensa su primer pasaje al acto normativo: dejarse caer en el campo del Otro, como señala la psicoanalista argentina Silvia Amigo. Se trata de la primera alienación fundante.

Más tarde, en el periodo de latencia, se va a constituir lo que después serán los diques de la sexualidad: el asco, el sentimiento de vergüenza y los reclamos ideales en lo estético y lo moral. En este momento de latencia, el flujo de los impulsos sexuales no ha cesado, pero su energía es desviada del uso sexual y aplicada a otros fines. La cultura se convertirá en la fuente de donde vendrán las satisfacciones que antes provenían de su propio autoerotismo. Después de este periodo de latencia, con la pubertad, se van a introducir los cambios que llevan la vida sexual infantil a su conformación definitiva. Se trata de este periodo de la vida que Freud va a llamar Las metamorfosis de la pubertad en el tercero de sus ensayos de teoría sexual.

Aquí vale recordar que en 1905, que es cuando Freud escribe los mencionados ensayos, no existe en alemán la palabra adolescente; la que usa es pubertad. Dos procesos relevantes, señala Freud, ocurren en esta etapa, además de la maduración genésica, con sus transformaciones corporales propias de la madurez sexual-reproductiva y los cambios psicológicos que le acompañan: se trata de un marcado desasimiento de la autoridad de los padres y, además, del hallazgo del objeto exogámico a partir de la diferencia de los sexos.

En la pubertad, con la tensión genital que le es propia (la edad de la cosquilla o de la punzada le dicen, no sin razón) se re-edita el complejo de Edipo y castración que había quedado en suspenso. Ahora con una nueva complicación dado que se está ya en condiciones físicas para hacer posible el incesto y el parricidio. A ésta nueva oleada de sexualidad (que en muchos casos resulta devastadora psíquicamente hablando, al grado de hacer surgir la psicosis o demencia precoz) se le habrá de oponer una renovada represión que le lleve a abandonar los objetos edípicos y posibilitar así el hallazgo del objeto exogámico y heterosexual (haciendo referencia al “hetero” como alteridad, como otro, diferente de sí, sea del otro sexo o del mismo). También con la pubertad se abre con toda su magnitud el terreno de la fantasía donde se desarrollará, en principio, el encuentro con el objeto de satisfacción, encuentro que en sentido estricto es un reencuentro.

No podemos soslayar que son muchos los cambios que se han dado desde que Freud planteaba sus ideas al respecto de las travesías del Edipo en 1905 (aunque le hizo comentarios a su texto hasta 1925) y lo que hoy vivimos con la adolescencia. Señalo dos cuestiones: por un lado, el despertar sexual propio de la pubertad inicia cada vez más temprano y, segundo, la adolescencia se prolonga hasta muy tarde en la vida de los sujetos.

Pero si bien es cierto que Freud, en 1905, no se puede desprender de cierto tufo evolucionista, por más que marque diversas líneas en torno a la constitución del sujeto que lo van a distanciar de lo biológico (como ubicar la sexualidad en dos tiempos), será Jacques Lacan quien vendrá, desde el psicoanálisis, a marcar ruptura con la idea de una psicogénesis o desarrollo psicológico. Llamará a estas posturas —enmarcadas en los discursos científicos, e incluso filosóficos y humanistas sobre la sexualidad y sus avatares— como psicología general.

Lacan nos recuerda que en la reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, fechada el miércoles 13 de febrero de 1907, se abordó el tema del Despertar de la primavera, ocurre a partir de una obra de teatro del dramaturgo Frank Wedekind presentada en 1891. Esta obra de teatro fue titulada en principio Eine Kindertragödie (La tragedia de los niños) y narra la tragedia que viven tres adolescentes (Moritz, Melchior y Wendla), de entre 13 y 14 años, en su despertar a la sexualidad. Justamente, se utiliza el significante primavera para aludir al momento en que despierta lo que se encontraba latente.

El argumento, que se puede leer en Las actas, es tan intenso como simple y pleno de actualidad: Wendla cuestiona a su mamá sobre el cómo se hacen los niños. La respuesta es una pavada, como el cuento de la abejita. Junto con su condiscípulo, Melchior y Wendla le ponen respuestas a sus preguntas sobre la sexualidad en una granja. Wendla queda embarazada y antes de morir, como consecuencia de un aborto al que es obligada por su madre, le pregunta a su madre: “¿Por qué nunca me hablaste de estas cosas?” Por otro lado, Moritz, amigo de Melchior, se suicida porque ha tenido malas notas en la escuela. El perturbado padre, revisando la habitación de Moritz, encuentra un escrito obsceno sobre el coito; la letra le resulta desconocida, y luego descubre que es de Melchior que le había dado a leer a su amigo Moritz lo que había escrito sobre sus interrogantes sexuales. Melchior es expulsado de la escuela y, al huir del reformatorio al que lo llevaron sus padres, llega a un cementerio. Mientras lee la inscripción en la tumba de Wendla que reza “Murió de anemia. Bienaventurados los que tienen puro el corazón” (vemos aquí a una madre que se niega reiteradamente a reconocer a su hija como sexuada), repentinamente ve a Moritz que se ha levantado de su tumba y se le acerca llevando su propia cabeza en las manos. Moritz intenta seducir a su amigo vivo para que se una a él en el reino de la muerte, donde, dice, no hay soledad ni sufrimiento. Cuando el objetivo se está consiguiendo, en medio de esta escena de mortífera seducción, aparece un misterioso “hombre enmascarado” y obliga al fantasma a volver a su tumba, lleva a Melchior consigo ofreciéndole un plato de sopa caliente, lo invita a dejar de culparse por el disgusto de sus padres. Este hombre enmascarado, al poner en juego el falo significante, hace un agujero en lo real de la muerte y, por tanto, hace un lugar a la vida, a la sexualidad que ha sido reprimida.

Lacan, en un texto de 1974, sintetiza este argumento diciendo que el dramaturgo “De este modo aborda el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños”. Pero también se presenta en la adolescencia durate las travesías edípicas, con sus consecuencias significantes constitutivas, lo que Lacan señala como la irrupción de lo real del cuerpo.

El despertar de la primavera será entonces una irrupción de lo real del sexo. Se enfrenta el adolescente a la ausencia de un saber sobre el sexo, es un encuentro brusco, despertante con lo real que hace que el sujeto se vea obligado a bordear con significantes esa masa que irrumpe; se requiere, desde lo simbólico, un intento de anudamiento con lo imaginario que podría apartar de lo real su tendencia inercial a la muerte. Las travesías edípicas, vistas como función significante, nos muestran que la sexualidad no es sino una cuestión de discurso, como lo señala Lacan en el seminario 20, Aún: “el hombre, una mujer, no son más que significantes”. Lo que el psicoanálisis inaugura es una radical desnaturalización de la sexualidad.