Las malditas ciencias sociales

¿Cuántos regionalismos caben en el nacionalismo?

Noviembre 24, 2020 / Por Aarón B. López Feldman

Cúmulo Obseso / Aarón B. López Feldman

¿Quién recuerda cuando la nación hace memoria?

Jesús Martín-Barbero

Cuando hablamos de nacionalismo y de regionalismo hablamos de la construcción histórica de un “nosotros” socioespacial, un “nos-otros” en el que, al menos desde una perspectiva conflictivista , no cabe todo ni caben todos. Por eso, cuando abordamos al nacionalismo y al regionalismo tenemos que hacerlo siempre en plural, en tensión y en contexto. Los regionalismos y los separatismos sólo existen en tanto mutaciones y desplazamientos de los nacionalismos.

Leídos desde sus relaciones con los nacionalismos —es decir, desde sus vínculos con el nosotros nacional conformado en tanto comunidad política imaginada —, los regionalismos pueden ser abordados a través de una tipología de cuatro elementos. Lejos de ser excluyentes, estos cuatro elementos deben entenderse a través de sus continuidades y discontinuidades. Un espacio regional no tiene, entonces, un regionalismo monolítico, singular y homogéneo, sino que es resultado de una serie de desplazamientos entre los distintos tipos de regionalismos. En cada uno de los tipos usaré el ejemplo de Monterrey, porque es un caso que he trabajado de cerca, pero podría tratarse, como veremos, de cualquier otro. Lejos de flotar banalmente como afirmaciones identitarias autocontenidas, los regionalismos tienen efectos y usos simbólicos, económicos y políticos, se traducen en decisiones concretas, orientan prácticas, sedimentan en instituciones.

El primer tipo de regionalismo, al que podemos llamar regionalismo centrípeto, es un nosotros local que tiende a moverse hacia el centro, es decir, hacia el núcleo del nosotros nacionalista. El regionalismo centrípeto afirma su diferencia local como una parte más del todo nacional sin cuestionar su lugar en ese todo ni, menos aún, la existencia misma del todo (es decir, sin entrar en conflicto con él). Este regionalismo es, en otras palabras, una afirmación identitaria que se hace reivindicando lo nacional, y los ejemplos los podemos encontrar en cada caso en el que se asuma, al mismo tiempo, lo local como parte de lo nacional (“Soy Monterrey, que es México”, sería una reducción enunciativa de este tipo).

A diferencia de ese regionalismo de carácter centrípeto, el segundo tipo de regionalismo, al que podemos llamar autonómico, está en tensión con el nosotros nacional y exige mayor campo de acción, pero sin romper con su unidad o con la distribución entre las partes (puede cuestionar la distribución, pero no se empeña en romperla). El regionalismo autonómico se afirma entonces como parte de la nación, pero en conflicto con ella, desde una relativa distancia simbólico-geográfica que reclama para sí un trato más justo (“Soy Monterrey, y soy a pesar, de espaldas y a veces en contra de México”, sería la respectiva reducción enunciativa). En este tipo de regionalismo entran expresiones variopintas, desde el neozapatismo hasta las demandas de las entidades federativas por regularse según sus propias formas, bajo el aura de la Constitución.

El tercer tipo de regionalismo, íntimamente relacionado con el anterior, es de carácter centrífugo, es decir, tiende a alejarse del centro geográfico, simbólico y económico-político de la nación. Al igual que el autonómico, este regionalismo no rompe por completo con la unidad nacional, pero, a diferencia del primero, no se conforma con obtener mayor campo de acción local para satisfacer sus demandas, sino que disputa los contenidos sobre los cuales se ha formado el nosotros nacional. Es el caso, por ejemplo, del regionalismo empresarial regiomontano, el cual, desde las primeras décadas del siglo XX hasta la actualidad, ha buscado resignificar la mexicanidad y presentar sus propios contenidos —la cultura del trabajo, del esfuerzo y del ahorro; la armonía obrero-patronal; la libertad económica— como la “verdadera” encarnación de la nación y su vía hacia el progreso (“Soy Monterrey y soy modelo de lo que todo México tendría que ser”, sería una de sus enunciaciones).

Para cerrar la tipología, y en relación de contigüidad con los tres tipos anteriores, encontramos al regionalismo separatista, aparente oxímoron que nos permite vincular los anhelos de ruptura con los anhelos de unidad. Este regionalismo se caracteriza por usar las afirmaciones separatistas como recurso de imaginación política (para imaginarse fuera de las ataduras del pacto federal) o bien como amenaza para ganar autonomía, ejercer demandas u obtener réditos electorales locales (“Soy Monterrey y en cualquier momento puedo hacerme el país que siempre he sido”, sería una enunciación de este tipo). Aquí el ejemplo coyuntural sería el de la Alianza Federalista, cuyos integrantes han ejercido, estas ultimas semanas, un regionalismo separatista que se retroalimenta con el regionalismo autonómico y coquetea con lo centrífugo.

¿Cuántos regionalismos caben en el “nosotros” nacional de esta compleja, desangrada y anacrónica geografía patria?

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Aarón B. López Feldman

(Ciudad Obregón, Sonora, 1978). Licenciado en Antropología por la UDLA-P. Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura, Doctor en Estudios Científico-Sociales y profesor del ITESO. Ganador del XXIX Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2013, del Concurso Nacional Universitario de Narrativa Elena Poniatowska 2012 y del Décimo Primer Premio Nacional de Cuento Corto José Agustín 2011. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, en las categorías de ensayo y cuento. Ha publicado en las revistas Crítica, Punto en Línea, Acequias, IUS, Traspatio, Replicante y Lado B, así como en las antologías Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI y Cuentistas de Tierra Adentro. En el 2015 publicó Adán Miniatura en el Fondo Editorial Tierra Adentro. [text](link)[email protected]

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