Ubú
Mayo 20, 2022 / Por Ismael Ledesma Mateos
En 1976 la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) publicó una colección de cuadernos entre los que se encontraba Contribución a la crítica de la ecología política, de Hans Magnus Enzensberger —aparecido originalmente en 1974 en español (Editorial Anagrama) con el título, Para una crítica de la ecología política—. Esto se da en un momento histórico en que comienza a hablarse de los problemas ambientales y surgen los movimientos ecologistas, que no es lo mismo que la ecología como disciplina biológica.
Se trata de un libro de orientación marxista que me influyó, pues para esa época yo había decidido ser biólogo, por lo que tuvo gran importancia para mí. Era un momento de auge de nuevos movimientos sociales, como lo fue también el feminismo, los cuales podrían considerarse como pequeñoburgueses. El libro de Enzensberger es un referente para el entendimiento de ello. Movimientos donde se pierde de vista la perspectiva de clase y la manera como el capitalismo genera las condiciones de inequidad y desequilibrio que llevan al surgimiento de nuevas problemáticas en la sociedad, los cuales hoy en día están muy de moda, lo que podemos constatar en los medios de comunicación.
En su texto “Ecología Política: una perspectiva latinoamericana”, Enrique Leff escribe: “Con Foucault, el centro de atención de la sociología se desplaza hacia las relaciones de poder que atraviesan a todo un conjunto de procesos sociales. El conflicto social desborda el campo de la economía, de las relaciones de explotación en la producción y de la distribución económica, para extenderse a un espacio social más amplio, en el que se construyen y despliegan las formas y estrategias de poder en el saber, en diferentes espacios institucionales y disciplinarios, reflejándose en el campo de la ciencia y del conocimiento. Este desplazamiento de las capas geológicas del saber lleva a superar la indagatoria sobre las leyes de la vida social en la lógica de la función, de la ganancia y del progreso social, y a extenderla a un campo de “relaciones conflictivas entre las fuerzas sociales que luchan por asegurarse el control de los modelos según los cuales la colectividad organiza, de manera normativa, sus relaciones con su ambiente” (Como también apuntó Touraine en 1984).
En efecto, la ecología política debe ser valorada en el contexto del conflicto social, pero dándole una justa dimensión, evitando que se le dé un uso ideológico, que desde su origen lleva implícito. Siguiendo a Leff, “La ecología política establece su diferencia con otras ecosofías y ecologismos que han surgido en el espacio de las ciencias sociales al definir su campo dentro del conflicto social y de las estrategias de poder que atraviesan los procesos de distribución ecológica y desigualdad social en la construcción de la sustentabilidad ambiental. El campo de la ecología política es heterogéneo por su trasfondo ontológico de diversidad y diferencia, y por su naturaleza política. En él, no sólo confluye una diversidad de ‘casos’ de conflictos socioambientales, sino diversos posicionamientos sobre los principios ontológicos y éticos para la resolución de dichos conflictos; sobre la comprensión del mundo y la construcción de mundos de vida sustentables. Mientras que el ecologismo social busca la emancipación de la opresión cultural y la degradación ambiental en la supresión de las dualidades sobre las cuales se erigen las formas de explotación y marginación socioambiental, y en liberar las potencialidades subyugadas por el dualismo ontológico que está en la base de los sistemas patriarcales, de las estructuras sociales, y del dominio de la racionalidad científica de la modernidad (Bookchin, 1982/1991; 1990/1996; Zimmerman, 1994)”.
En su libro Politiques de la nature, comment faire entrer les sciences en démocratie, (Paris, La Découverte, 1999), Bruno Latour se plantea la cuestión: “¿Puede existir la ecología política? Algunos objetarán que el ecologismo existe hace años. Y que tiene innumerables tonalidades, desde la más profunda a la más superficial, pasando por todas las formas utópicas, razonables o liberales. Pero si el ecologismo ha fracasado políticamente no ha sido porque no se haya preocupado por situar la naturaleza en la agenda política. Bruno Latour propone en este libro una hipótesis distinta: desde el punto de vista conceptual, la ecología política ha fracasado porque no ha nacido todavía. Hasta el momento, se habían unido dos conceptos que existían previamente (el de naturaleza y el de política) sin advertir que éstos se habían construido, como una oposición, como una dicotomía que imposibilita todo acercamiento, toda síntesis, toda combinación”.
Pensar la ecología política implica replantear el problema de las relaciones entre sociedad y naturaleza, lo que involucra inherentemente una cuestión política y la relación entre las ciencias y la democracia. Como afirma Antonio Arellano, “cuando Latour se pregunta: ‘¿Qué hacer de la ecología política?’, él mismo se responde: ‘¡Otorgar la democracia a las ciencias!’ Esto parece un sin sentido, pues, aparentemente pregunta y respuesta tienen raíces distintas; pero, como veremos más adelante, esta operación puede realizarse mediante una epistemología que renuncia a las nociones tradicionales que han exiliado en el mismo acto la naturaleza y la sociedad. La respuesta latouriana al problema epistemológico moderno explícito en la caverna platónica bien puede suturar la separación de las categorías ontológicas de naturaleza y política, pero esta solución se mantendría presa de la propia epistemología modernista. Por esta última razón, para nosotros la respuesta epistemológica latouriana es una propedéutica metodológica que abre la posibilidad de traducir otras dimensiones más que las de naturaleza y política. Esta tarea traductora puede inspirarse del estudio del proceso de hominización, por eso podríamos echar a andar la imaginación de una epistemología de sustento antropológico.” (“De la epistemología de la ecología política latouriana a una epistemología de sustento antropológico”, Convergencia, 2007). Se trata de una temática imprescindible para la reflexión sobre nuestro tiempo, que requiere un abordaje epistemológico serio.
El padre Ubú no vivió la problemática ambiental como la que afecta a nuestro mundo contemporáneo, ni se hubiera preocupado por ella. Tampoco en pensar en la relación entre naturaleza y sociedad, o ciencia, democracia y política. Su reino era pragmático y primitivo, donde el poder no se pensaría ligado al conocimiento, lo cual es algo que en verdad debe concebirse como indisoluble.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
Noviembre 22, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 19, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz
Noviembre 19, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 15, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 12, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz
Noviembre 12, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 08, 2024 / Por Fernando Percino
Noviembre 08, 2024 / Por Márcia Batista Ramos